Eran las
12:00 de la medianoche y estaba triste. Abrí el portón y salí a caminar frente
a mi casa. De pronto me arropó la melancolía al pensar en mi perro Oreo, mi
fiel compañero por los pasados catorce años, había muerto tres días antes. No sé por
qué, pero nunca en mi vida he llorado mucho; ni por mi madre, mi abuela, mi
padre, mi suegra y ahora por Oreo pero sí me dolió inmensamente sus partidas. Mi mente estaba “dañada” porque muy dentro de mi,pensaba que a Oreo lo habían envenenado. Todas las noches (casi todas las
noches) por los pasados catorce años sacaba a pasear a Oreo. Cuando él me veía
con el “leash” en la mano, con las llaves o cuando yo le decía: “Nos
vamos” se alegraba inmensamente con su caminar de caballo de paso fino. Generalmente lo sacaba a pasear a las once de
la noche; los fines de semana, casi a las doce y a veces aun más tarde.
El paseo
con Oreo era liberador, rezaba mientras lo caminaba, meditaba mirando las
estrellas y viéndolo olfatear
las cosas y levantando la pata trasera para hacer sus necesidades. Quizá lo que
me dolía más, era que no lo había visto morir porque me encontraba con diez de
mis alumnos en los talleres de
dramaturgia del JuvenFilm Fest en Aguadilla. Miré al cielo y le pedí a Dios que
me consolara y que me diera un poco de luz sobre las circunstancias de su
muerte. Me acosté…
En un
principio pensamos (mi esposa y yo) que
había muerto por los ataques (epilépticos) que le daban, de hecho, en par de ocasiones mi esposa lo trajo del otro lado; después especulamos que había muerto por estar en contacto con la orina de un ratón, luego pensamos que había muerto por los gusanos (parásitos)
que cubrían el corazón, pero en realidad no estábamos convencidos de nada.
A las
cinco de la mañana, fui al baño y cuando regresé a la cama estaba entredormido
y de pronto sentí una presencia sobrenatural en el
cuarto. Más dormido que despierto soñé que una figura angelical se me apareció
y comenzó a hablar conmigo. Siempre supe que no era el arcángel Gabriel porque
mi nivel de espiritualidad no es tan elevado, luego pensé en los Josés, mis
tocayos del viejo y nuevo testamento; el que interpretaba sueños, un don que a
veces he experimentado en mi vida, o José el padre de Jesús, el cual por medio
de los sueños aceptó la realidad de la profecía mariana; finalmente pensé en el
relato de Anubis, el ángel de los dulces sueños. Es raro, pero el nombre me
sonaba egipcio, pero al fin y al cabo las profecías hebreas son casi idénticas (copiadas) a
las de la mitología egipcia.
Entonces, capté la siguiente imagen vista
desde la puerta de entrada a mi casa: unos dedos, una mano que pasó por el medio
de las rejas y le dio un pedazo de pan a mi perro Oreo, vi a Oreo comerse lo
que le dio la mano que parecía un pedazo
de un sándwich de “subway”; fue raro porque Oreo no ladró, algo que siempre hacía cuando veía desconocidos. Dentro del pan, me pareció ver algo como “tres pasitos”. Me
puse a colérico porque Oreo no molestaba a nadie, nunca estaba en la calle
molestando a los transeúntes, ni atacaba a otros perros como “pirulo” o “bebo”.
El ser que envenenó a Oreo era un
asesino porque Oreo no le hacía daño a nadie y lo mató por pura maldad. Pensé echarle una maldición...como venganza.
La
próxima noche continuó el sueño, esta vez pude ver a través del reflejo de un
espejo al ser obeso y diabólico que envenenó a mi perro. La reconocí al instante,
aunque la imagen era deforme y “apinguinada”. La tercera noche Anubis me pidió que calmara mi sed de venganza
y me aseguró que nadie escapa de su Karma; me dijo que el karma no es como un
búmeran, en el que la reacción ocurre rápidamente, sino que es como una telaraña que se va tensando
poco a poco hasta que la presa cae
atrapada. Decidí entonces liberarme del rencor y esperar a que Dios y la vida le pasen
la factura a la asesina.
Hay
personas que piensan que los animales no
tienen alma y por lo tanto no van al cielo. Yo pienso que sí, que los animales
tienen alma; ( la etimología de animal viene de ánima que significa alma o
espíritu). He escuchado a algún sicólogo afirmar que un perro tiene la inteligencia de un niño de tres años.
El día
que muera espero ver a Oreo, junto a mis seres queridos, en la otra dimensión
que para los Cristianos es el cielo. Ya sea en el cielo o en un jardín adjunto al cielo espero sentir su espíritu cerca del mío.
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